31 ene 2013

¿Acaso no supiste que el 2004 se olvidaría de ti?


Mi infancia te imaginó eterno.
Tu escasa palabra escucharla diariamente.
El sabor de tu voz, temo un día, dejarlo en un plato sucio;
De esos muchos que relegué a tu cuidado.

Te acuerdas cómo era yo hace nueve años,
recuerdas qué mis saludos, “Pa”, te llamaron,
el anillo qué le hace compañía a tu cadáver.
Te mezclaste con los huesos y cenizas de tus padres,
¿fue para que íntimamente charlaran o simplemente
te falto espacio? No me acuerdo.

Juntos visitábamos los domingos, con el abuelo Guadalupe,
la tumba de tu madre.
La muerte, viajera perdida, ha tenido el tino de volver
cada 10 años desde que se la llevó.
Para el 94 sedujo al abuelo, y los dos se largaron
muy tomaditos de las manos después
de echarse un duchazo.
¿Qué no te diste cuenta? ¿Acaso no supiste que el 2004
se olvidaría de ti?

Recuerdo tu ropa de personaje de caricatura,
la última comida que preparaste: albóndigas;
también fueron las últimas que comí.
La carne para mi paladar, como la que cobijaba a tu esqueleto, desapareció.

Te pienso en ideas risueñas, inocentes y alegres.
Te hablo de nostalgia, arrepentimiento y tristeza.
Aspiro de una vorágine tus recuerdos;
tomo tu fría mano mientras yaces en la cama de un hospital.


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