13 oct 2012

1. Viaje por el Ajusco


   Aquel sábado salí de trabajar al mediodía. A mi cuerpo se le antojaba pedalear hacia el Ajusco; montado en mi roja bicicleta, comencé a devorar negros asfaltos. Todo iba quedando detrás y nuevas calles la bienvenida me daban. Parecía que todo quería tener una relación más íntima conmigo: las quesadillas preparadas por doña Rosa en su negocio situado a un lado de la ciclopista; el pulque que me esperaba almacenado en garrafones de Electropura. Las sabrosas ideas copulaban en mi paladar. Quedó atrás la Glorieta de Insurgentes, el Parque Hundido, el Parque la Bombilla, Ciudad Universitaria, la Villa Olímpica. Salí de Insurgentes y tomé la calle Corregidora, ahí donde está una tienda Elektra, para atravesar las cuatro secciones de la colonia Miguel Hidalgo; finalmente pasé por la colonia Cruz de Farol y llegué a la ciclopista México-Morelos. Ahora ya solo faltaba poco más de tres kilómetros para degustar unas sublimes garnachas cocinadas en un comal enardecido por carbón.
   Pedí mis habituales quesadillas: queso, champiñones y quelites.  Pero antes solicité un litro de pulque para domar la sed y el calor que mi sudor denotaba; venían agobiándome. Salsa roja de molcajete para darle alegría a los guisados que pensaba devorar en no poco tiempo. La bronca de esta comida es el empanzamiento que le da a uno cuando la termina, eso sin contar el sueño. Pero como iba con la intención de disfrutar, pagué la cuenta, fui por la bicicleta y me dispuse a encontrar un lugar para reposar y relajarme, fumando un buen canuto.
   Elegí un sitio desde donde se divisaba el íntimo amorío de la ciudad y su corrupta atmósfera. Era una bella fotografía a pesar de todo. A un esbelto encino encadené mi bici. Me fui a sentar mientras mi reloj engendraba a las 16 horas. Comencé a liar mi pitillo con la hierba aun no calada que mi compa Israel me había corrido unos días antes. Ah, que pérdida de  realidad me embargó después de unas decenas de minutos.
   Filosofías, contradicciones y un eterno camino que únicamente daba rodeos en torno a la vida de un individuo que parecía engendrado a partir de una costilla mía, un gemelo. De una púrpura aurora, de la espuma, cual Venus, nacían mis ideas que se multiplicaban en conceptos ambiguos.
   El frío me devolvió a la reserva ecológica de la ciudad. Daban las 21 horas cuando yo arribaba a esta oscura urbe. Una distancia de poco más de 40 kilómetros, utilizando la ciclopista para volver, me separaba de mi hogar.




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