Este blog forma parte del proyecto narrativo Cuéntalo Todo bajo la dirección del maestro Sandro Cohen dentro de la materia Redacción Universitaria del Departamento de Humanidades, División de Ciencias Sociales y Humanidades de Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.
Pienso
en la bienvenida que me dan sus muslos. Despierta mi deseo, mis ganas de
estrujar sus nalgas grabadas por la celulitis. Entre su carne sudorosa extraviar
la fuerza de mis manos, y resbalarme entre sus labios. Asfixiarme con sus
gemidos. Chupar sus maduros senos.
Ayer por la noche fuimos al concierto que ofreció
la banda sueca Opeth en el Circo Volador (antiguo cine Francisco Villa). Grupo
exponente del género musical death progressive
metal. El concierto duró poco más de una hora y media. Creo que ella disfrutó todas las melodías, incluso las que pueden resultar un poco agresivas para el oído. Ella, con los acordes que fluían por la atmósfera parecía cautivada; era la primera vez que los escuchaba.
Terminó la tocada, y a las afueras del
recinto pululaban vendedores de playeras, tazas, calcomanías y diversidad de
objetos referentes a la música metal. No compramos nada (rara vez adquiero
objetos que conmemoren algún evento). Caminamos unas cuantas cuadras. El lugar donde
se desarrolló el espectáculo musical se extravió con todo y su bullicio. Abordamos
un taxi, la unidad estaba impregnada de ese aroma prefabricado y característico
que habita en algunos de estos autos de la Ciudad de México; predominaba en él
un perfume a coco y a lavanda. Pedimos
al chofer nos condujera hacia el centro de la ciudad, colonia donde ella vive.
El tiempo de esa noche templada nos invitó a
entrar al café La Pagoda, ubicado en la calle 5 de mayo (y que da servicio las
24 horas). Ella pidió un café americano cargado, yo me limité a imitar su
apetencia. Solicitamos a la mesera, de cabello cano, arrugas en el rostro,
expresión pasiva y lápiz labial rojo pálido, nos trajera también una charola
con panecillos. Una concha, un cuernito
con trozos de higo, un garibaldi con cajeta en la parte superior, un panqué con
nuez, un yoyo y un bísquet se daban a la tarea de enriquecer el aspecto de la bandeja.
Mientras
ella tomaba su bebida, yo observaba los surcos que se dibujaban a partir de la
comisura de su boca. En mi mente saboreaba el marcado perfume que el extracto
de café amargo daba a sus palabras. Quería besar sus labios. Esa noche me contó
pequeños detalles de su precaria infancia, del rural estilo de vida que padeció en un
pueblo de Zacatecas, de lo violento que
era su padre, de cuando llegó a la edad de 19 años al Distrito; también me
platicó de sus gatos Jena y Lata con quienes vive.
Huelo tus besos. Me hundo en tu sexo. Me
pierdo en la melodía de tus amplias caderas. Abrazados permanecemos mientras el
sueño nos cobija. Mi voz te desea las buenas noches, Julieta.
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