21 oct 2012

2. Después del concierto

Pienso en la bienvenida que me dan sus muslos. Despierta mi deseo, mis ganas de estrujar sus nalgas grabadas por la celulitis. Entre su carne sudorosa extraviar la fuerza de mis manos, y resbalarme entre sus labios. Asfixiarme con sus gemidos. Chupar sus maduros senos.
  
   Ayer por la noche fuimos al concierto que ofreció la banda sueca Opeth en el Circo Volador (antiguo cine Francisco Villa). Grupo exponente del género musical death progressive metal. El concierto duró poco más de una hora y media. Creo que ella disfrutó todas las melodías, incluso las que pueden resultar un poco agresivas para el oído. Ella, con los acordes que fluían por la atmósfera parecía cautivada; era la primera vez que los escuchaba.
   Terminó la tocada, y a las afueras del recinto pululaban vendedores de playeras, tazas, calcomanías y diversidad de objetos referentes a la música metal. No compramos nada (rara vez adquiero objetos que conmemoren algún evento). Caminamos unas cuantas cuadras. El lugar donde se desarrolló el espectáculo musical se extravió con todo y su bullicio. Abordamos un taxi, la unidad estaba impregnada de ese aroma prefabricado y característico que habita en algunos de estos autos de la Ciudad de México; predominaba en él un perfume a coco y a lavanda.  Pedimos al chofer nos condujera hacia el centro de la ciudad, colonia donde ella vive.
   El tiempo de esa noche templada nos invitó a entrar al café La Pagoda, ubicado en la calle 5 de mayo (y que da servicio las 24 horas). Ella pidió un café americano cargado, yo me limité a imitar su apetencia. Solicitamos a la mesera, de cabello cano, arrugas en el rostro, expresión pasiva y lápiz labial rojo pálido, nos trajera también una charola con panecillos. Una concha, un  cuernito con trozos de higo, un garibaldi con cajeta en la parte superior, un panqué con nuez, un yoyo y un bísquet se daban a la tarea de enriquecer el aspecto de la bandeja. 
   Mientras ella tomaba su bebida, yo observaba los surcos que se dibujaban a partir de la comisura de su boca. En mi mente saboreaba el marcado perfume que el extracto de café amargo daba a sus palabras. Quería besar sus labios. Esa noche me contó pequeños detalles de su precaria infancia, del rural estilo de vida que padeció en un pueblo de  Zacatecas, de lo violento que era su padre, de cuando llegó a la edad de 19 años al Distrito; también me platicó de sus gatos Jena y Lata con quienes vive.
  
   Huelo tus besos. Me hundo en tu sexo. Me pierdo en la melodía de tus amplias caderas. Abrazados permanecemos mientras el sueño nos cobija. Mi voz te desea las buenas noches, Julieta. 










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