28 oct 2012

3. Aranzazú


     Julieta aún no nacía cuando Aranzazú, otrora pueblo minero, descubrió que en sus tierras vivía gente ingrata, personas que al cerrar la mina comenzaron a emigrar. El padre de Julieta, quien trabajó durante los últimos años de actividad en el yacimiento, decidió quedarse y continuar con las otras labores familiares: criar cabras, vender queso y cultivar un pedacito de tierra. La madre de Julieta, que a partir de ese momento llevó la mayor carga de trabajo, preparaba los quesos que luego su esposo vendía en Concepción del Oro. Otras actividades que la señora llevaba a cabo diariamente eran: trabajar en la parcela donde comúnmente sembraba maíz y frijol, actividad harto frustrante debido a las condiciones climatológicas; preparar la comida; asear la pequeña casa; y de vez en cuando soportar las actitudes de Javier, hermano mayor de Julieta, quien comenzaba ya a dar barruntos del carácter que estaba aprendiendo de su papá. Javier por aquellos días tenía más o menos once años, se dedicaba a cuidar y llevar a pastar a los animales.
     De un poblacho olvidado y de una árida y rocosa tierra sembrada con zarzas nació Julieta por allá del año de 1965. Hija de un borracho y de una mujer envejecida por la desdicha; Julieta, amiga de las cabras, crecía labradora no por gusto sino por imposición de la vida. Aranzazú fue testigo de su infancia, de los regaños y mojicones que a menudo su padre repartía entre la familia. El alcohol inspiraba al señor una furia infundada, misma que desahogaba en su hija y mujer. La madre de Julieta sólo se resignaba y esperaba a que el llanto las consolara.
     Mortificada por aquella vida, Julieta decidió un día salirse de casa para jamás volver. Y como muchos otros, que antes de ella ayudaron a fundar aquel pueblo fantasma, también se marchó.
     
    Una tarde sentados en una banca situada en el jardín de la Plaza de la Ciudadela mientras veíamos a algunas parejas, con ropas elegantes, bailar danzón; Julieta que alimentaba a unos pichones con migas de galletas me confesó que a pesar de sentir lástima por su mamá, no se arrepiente de haberla dejado a su suerte: “Cada quien escoge la manera en que vive, y si mi mamá resolvió no defenderse, pues… fue su decisión”.
    Después de salirse de casa, Julieta se dirigió hacia Saltillo, Coahuila, donde trabajó algunos años en la casa de una familia. Fue en esta ciudad donde se enamoró del hombre que la embarazó y la abandonó, unos meses después, cuando se enteró de que sería padre. 
   Julieta no me explicó el como murió su hijo, pero fue después de esto que dejó atrás a Saltillo y llegó a esta ciudad.




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